Dicen los libros indios
que dondequiera pone
el hombre la planta
pisa siempre cien senderos.
JOSĆ ORTEGA y GASSET
El salvaje del estadio medio puede producir y mantener inacabadamente el fuego. Con el dominio de la hoguera se hacen comestibles pescados y mariscos, moluscos y crustĆ”ceos. La llama libera al hombre, asimismo, de la sumisiĆ³n al clima y al hĆ”bitat. Las patas del salvaje recorren mares y rĆos, mogotes y cerros, y trillan senderos en el suelo nuevo. Las primeras rutas son abiertas, posiblemente, por un arcantropino como el Sinanthropus de Chou-Kou-Tien, acaso 400 mil aƱos atrĆ”s.
El hombre del perĆodo bĆ”rbaro crĆa mamĆferos mansos y obtiene, asĆ, pitanza y cabalgadura, movilidad y nutrientes. Al paso de las bestias, los senderos se ensanchan y las distancias se abrevian. A travĆ©s de los Pirineos y los Alpes marĆtimos, el salvaje deja huella de sus pasos al emigrar hacia el Sur de Europa. Aparecen, asĆ, las grutas de Sorde y del Hombre Muerto. En Asia, hay comunicaciĆ³n, desde el principio de los tiempos, entre el Asia interior y la Chacemira trasĆndica, a travĆ©s del paso Karakirum. En Ćfrica, numerosas rutas pedestres interiores son descubiertas en el siglo pasado por los escoceses Mungo y Livingstone, los franceses CaillĆ© y Duveyrier, los alemanes Barth y Nachtigre, la holandesa Alejandrina Tinne y el anglo-americano Stanley.
Pero no se puede hablar de transportaciĆ³n sino hasta la apariciĆ³n de la rueda. Aunque imaginemos que desde unos 6,000 aƱos a. C. se rodaban cargas colocadas sobre troncos de Ć”rboles, serĆ” en la Mesopotamia, unos 3,500 aƱos a. C., donde aparecerĆ”n los primeros indicios de un carro, con ruedas de discos macizos. Con la rueda āy su aplicaciĆ³n subsecuente: el carroā los caminos se multiplican. Ahora es posible trasladar grandes objetos y mercancĆas, cargas pesadas y grupos humanos en el rabo de un carruaje. La rueda trabada a la bestia multiplica por cien el poderĆo y la viveza de las piernas humanas.
En Babilonia existĆan cuatro grandes caminos, uno de ellos con 600 kilĆ³metros de longitud, recubierto por lĆ”minas de piedra rejuntadas con asfalto. Se inaugura en estas vĆas el concepto de explotaciĆ³n econĆ³mica, con el cobro de cuotas y un servicio de postas cada 25 kilĆ³metros.
HerĆ³doto (484-425 a. C.), sin embargo, seƱala a Keops como el constructor del camino de piedra mĆ”s antiguo, destinado a transportar las grandes masas de roca de su gran pirĆ”mide. Bloques de 800 toneladas eran movidos por una suerte de trineos tirados por esclavos. El enlosado de piedra, toscamente labrado, se regaba con aceite y agua para atenuar los altos esfuerzos de tracciĆ³n.
El camino griego carece de fluidez. No sabe zigzaguear, no conoce la media ladera, ni tiende viaductos. SĆ³lo como excepciĆ³n, la vĆa religiosa de Atenas a Eleusis tiene un trazado tĆ©cnico: plataforma a medio declive, muros de contenciĆ³n, pasarelas de piedra para cruzar los lagos. Si algĆŗn aporte hace el genio griego a la tĆ©cnica antigua del camino es la premoniciĆ³n del ācamino permanenteā: la vĆa fĆ©rrea. AsĆ, en el camino de Esparta a Helos, los griegos tallaron profundos surcos en el enlosado a fin de garantizar un movimiento seguro a las ruedas de sus carruajes. Esta ruta, que permitĆa los cruces entre carros y las derivaciones hacia caminos secundarios, denota, por igual, la existencia de normas en el dimensionamiento de vehĆculos y ruedas. Pero Grecia prefiere la plaza, el parque, el diĆ”logo. Su camino bĆ©lico y comercial es el mar.
Es el Imperio Romano quien instaura la construcciĆ³n de vĆas sobre fundamentos tĆ©cnicos. Roma jerarquiza los caminos en funciĆ³n de su estructura: caminos enlosados, o stratis lapidibus; caminos afirmados, o injecta glarea; y caminos de tierra, o viae terrenae. Los caminos principales, o enlosados, eran ejecutados sin eludir los desmontes rocosos, como en la VĆa Appia junto a Terracina; ni los muros de sostenimiento o las perforaciones de tĆŗneles, como en el Averno y el Pausilipo; ni los grĆ”ciles viaductos, como en AlcĆ”ntara y Martorrel.
Pero es en la concepciĆ³n del pavimento donde Roma sobrepuja a todas las culturas antecedentes. Las rutas principales, las stratis lapidibus, son guarnecidas con grandes losas escuadradas que descansan sobre una base de grava unida con mortero. Esta capa, a su vez, se apoya en dos espesos estratos de grandes piedras desiguales; todo el conjunto superpuesto en una apretada y lĆ³gica gradaciĆ³n. Las vĆas afirmadas, las injecta glarea, constituĆan la mayor parte de una red cercana a los 100 mil kilĆ³metros. Estaban integradas por una capa superior de grava trabada que proveĆa resistencia a la fricciĆ³n; por un segundo estrato de elementos pĆ©treos de tamaƱos medios; y por una o dos tongadas de grandes piedras. Los caminos de tierra, viae terrenae, eran definidos por un terraplĆ©n apisonado, con cierta pendiente lateral para fines de drenaje.
El camino romano disponĆa de dos carriles para carruajes, cada uno de aproximadamente 2.25 metros de ancho, y dos paseos laterales, tambiĆ©n pavimentados, hasta llegar a una anchura total de 5.50-6.00 metros. El espesor de los pavimentos nunca era menor de 45 centĆmetros y, por lo general alcanzaba valores de 90 centĆmetros a un metro. Las vĆas romanas tenĆan cunetas laterales de drenaje, separadas por una fila de losas de la zona afirmada.
La hegemonĆa del Imperio Romano se sitĆŗa en las tres primeras centurias de nuestra era. Luego, durante los siglos IV, V y VI, Roma decae. El panorama es de empobrecimiento general, de retroceso del comercio, del trabajo manual y del arte. Disminuye la poblaciĆ³n, menguan las ciudades y la agricultura degenera a un grado inferior. El mundo feudal del siglo VII abandona los viajes. El estribo y la herradura, germĆ”nicos artilugios, hacen olvidar la rueda. El camino deviene en vereda.
En Europa, los nuevos pueblos se reĆŗnen en los burgos, alrededor de los SeƱores. Las comunidades cristianas igual hacen en torno a los monasterios. Peregrinos, Ćŗnicamente, transitan los viejos caminos romanos. La tĆ©cnica de trazar y construir caminos se detiene.
Estamos en la noche de la historia.