"El poder y la sangre", el cenit de Chapuseaux

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El camino recorrido por Manuel Chapuseaux ha sido largo, una especie de espiral, y, como tal, infinito. Llegar al cenit con su versión de la Orestíada de Esquilo, bajo el nombre de “El Poder y La Sangre”, es un punto máximo, pero no indetenible.

Durante las fiestas Dionisíacas celebradas en la segunda mitad del siglo VI a. C., dedicadas al Dios Dionisio, deidad que con su vida inspiró la creación del Ditirambo, el drama satírico, la comedia y la tragedia, en una palabra, del teatro, Esquilo presentó su obra la Orestíada, obteniendo el premio.

Afortunadamente esta obra ha sido conservada a través de los tiempos, siendo inspiración para compositores, dramaturgos y coreógrafos. Chapuseaux, impenitente y transgresor, lleva a escena esta trilogía y la convierte en una especie de monólogo dramático, interpretando varios personajes, transmitiendo sus emociones y pasiones, y se dirige a sí mismo, una verdadera osadía con un resultado escénico estupendo.

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Convertido además en narrador, permanece vinculado a la escena y nos introduce en ese mundo fascinante de la mitología griega, recreado por Esquilo. El tema central de la Orestiada es el asesinato, venganza y justicia, sangre y poder.

La primera pieza “Agamenón”, llamada por Chapuseaux, “Muerte al asesino”, narra el regreso de Agamenón de la guerra de Troya, el encuentro diez años después con su esposa Clitemnestra, quien ha mantenido una relación adúltera con Egisto y ha planificado su muerte venganza por la muerte de hija Ifigenia, luego Agamenón encuentra la muerte.

En la segunda pieza, “Las Coeforas”, convertida en “La Venganza”, los hijos de Agamenón, Oretes y Electra planifican la venganza, matar a su madre Clitemnestra y a Egisto, por la muerte de su padre.

En la tercera pieza, “Las Euménides”, titulada por Chapuseaux como “El juicio”, Orestes llega a Atenas perseguido por las Furias que representan el castigo y la venganza, y suplica ayuda a Atenea, quien instaura un tribunal divino siendo llevado a juicio, acusado del asesinato de su madre,

La puesta en escena, es un verdadero “tour de forcé”, en la que Chapuseaux pone de manifiesto su dominio del escenario y su creatividad, recreando sin grandes detalles una atmósfera mágica; sus múltiples recursos actorales se decantan en la expresión facial con énfasis en la mirada y en la expresión corporal convertida en una metamorfosis permanente. Elementos propios del teatro griego como las máscaras y los mantos, son utilizados con propiedad. Cada manta se convierte en un personaje con el que dialoga Orestes, produciendo escenas realistas de gran intensidad, y con las máscaras asume distintos roles, con una movilidad elocuente, a un ritmo sostenido.

Las voces de las bondadosas Euménides y las Erinias representando el castigo y la venganza, en su obstinación de acusar a Orestes y defender a Clitemnestra, se escuchan con tal vehemencia que parecieran estar presentes, adicionando creatividad al montaje.

Maya Oviedo recrea una escena minimalista con pocos elementos y con luces intermitentes resalta momentos de gran intensidad dramática; el montaje cuenta con la eficaz regiduría de Jovany Pepín.

Finalmente, Orestes es declarado inocente, gracias al apoyo de Apolo y Atenea. El narrador concluye con una frase irónica, el público aplaude. La entrañable sala del Teatro Guloya de la Ciudad Colonial de Santo Domingo se convierte en una especie de teatro griego techado, en el que los presentes desde su koilon -lugar de donde se contempla-, metafóricamente han sido testigo del ascenso al monte Olimpo de nuestro gran actor, director, dramaturgo y adaptador, Manuel Chapuseaux.



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